viernes, 13 de septiembre de 2019

A Luis Álvarez Duarte, In Memoriam


Con unos breves trazos a bolígrafo, dibujaste sobre el Libro de Honor de la Archicofradía el perfil de tu “Niño de Cádiz”. De la misma forma que, 20 años antes, habías dibujado sobre una servilleta de papel el boceto de las potencias para el Señor. Y escribiste sobre la página aún en blanco: “El arte en sí es una religión porque la belleza es un reflejo de Dios”.

Fue el día de tu reencuentro con Él en San Lorenzo, tras casi veinte años de cercana lejanía. De aquel 9 de marzo de 1986 en que el Señor se bendijo, en la tarde de un domingo de Cuaresma, al 18 de noviembre de 2005 en que, delante de su paso procesional, nos contaste el proceso de realización de su Imagen. Que fue tanto como contarnos cómo conseguiste modelar el reflejo de Dios a través de tu arte.

De aquella mirada del aún joven imaginero, ya consagrado en la religión de su arte, a la mirada profunda del hombre y el artista, repleta de madurez. Y de amor. Porque, en la intimidad de tu casa en Gines, a la que fuimos de la mano de tu querido amigo José Luis Ruiz, nos confesaste el especial cariño que sentías por ese Señor de las Penas que fue tu primera imagen cristífera para la ciudad de Cádiz. “Mi Niño de Cádiz”, le llamaste. “El Hijo de María de la Caridad”, de la que reivindicaste tu autoría porque había tanto de ti en Ella que te era imposible no considerarla “niña tuya”.

En la Hermandad siempre se contó que la noche en que varios hermanos archicofrades fueron a tu taller para recoger la obra ya acabada del Señor -al que vistieron tan solo con una sábana, la misma sábana que había cubierto la talla de María Santísima, tras su remodelación-, cuando llegó el momento de sacar la Imagen para su traslado a Cádiz, te abrazaste al Señor, musitando entre lágrimas: “no os lo llevéis, no os lo llevéis”. Verdad o leyenda, lo mismo da. En el Señor de las Penas dejaste tallado un pedazo de tu propia alma. Y con Él quedabas para siempre. Y con Él quedaste para siempre, por muchos años que transcurrieran entre tu primera y última mirada en San Lorenzo.

Ya habrás vuelto a mirarlo, en ese celestial reencuentro con su imagen más Verdadera. Quién sabe si hasta ya le habrás contado cómo sería su misterio, que lo tenías en mente pero no nos lo desvelaste, como si fuera un oculto tesoro, un secreto enigma que solo pudiera ser revelado si, algún día, su Hermandad hubiera decidido incorporar a las andas procesionales del Señor otras imágenes secundarias.

Dios mismo ante tus ojos. El Señor de las Penas, sin penas. Tu Niño de Cádiz. Y del Cielo. Seguramente, jamás pudiste imaginar que de tu gubia hubieras creado un reflejo de Dios tan verdadero.

Descansa en su Paz, Maestro.