lunes, 17 de marzo de 2008

Y se abrieron las puertas del Cielo: Crónica del Domingo de Ramos 2008

Y se abrieron las puertas del Cielo.

Un año más, algo menos de trescientos sesenta y cinco días después de que las puertas del templo del mártir San Lorenzo se cerraran tras una apresurada entrada de la Hermandad por las inclemencias meteorológicas, la cofradía de las Penas emprendió su caminar hacia el templo catedralicio en la Semana Santa del año del Señor de 2008.

En un tempranero domingo de marzo, donde el sol atestiguaba la presencia de hermanos nazarenos que se arremolinaban en las cercanías de la puerta principal momentos previos a la salida procesional, la Archicofradía del Pilar estaba dispuesta a devolver a las calles de la ciudad la soledad de un hombre caminante que lleva atadas sus manos sobre un monte de problemas y ofrendas de niños y mayores que alfombran el mejor de los senderos que sólo él puede pisar. Tras Él, la claridad radiante de unos ojos llenos de luz que tienen por nombre Caridad y que viene derramando bendiciones a todo el que la contempla en su perfumado paso por el olor de las rosas que lucían sus plateadas ánforas.

En la hora prevista, en el momento en que los suyos lo abandonaron, los ángeles bajaron del cielo y en la calle Sagasta tomaron la cruz que desde ese mismo instante guiaba el transcurrir de la Hermandad por las calles de la ciudad en un nuevo Domingo de Ramos.

Y fue la cruz sostenida por cinco ángeles la que enfiló las calles del barrio de San Lorenzo para, momentos más tardes, dejar paso al Señor de las Penas que en su paso procesional fue devolviendo la visita a todos los vecinos que acuden cada viernes del año a su encuentro. Los balcones repletos y engalanados de la calle Sagasta anunciaban la llegada del Señor que, a pasito lento pero constante y acompañado a los sones de su marcha, fue asomándose por las calles de su entorno para curar profundas heridas de soledad motivadas por el abandono de los discípulos.

Minutos más tarde, cuando ya el sol sólo descansaba en las cornisas de las azoteas de las casas colindantes al templo, apareció por la puerta el paso de palio de María Stma. de la Caridad. Su dulce presencia, envuelta en una nube de incienso, hacía vislumbrar que el Domingo de Ramos que acababa de empezar, ya empezaba a escaparse poco a poco de las manos. A los sones de "La Caridad de tus Penas", el paso de palio echó a andar calle Sagasta abajo, buscando la calle Mateo de Alba.

La dulce mirada de la Virgen de la Caridad fue tras su Hijo durante toda la tarde y parte de la noche, que precisamente empezó a caer a la vez que la candelería del paso comenzó a apoderarse de la luz de los ojos de la Virgen, siendo todo un enigma averiguar si era la candelería la que alumbraba sus ojos o tal vez eran éstos los que brillaban más que nunca alumbrando su bello semblante.

Durante el recorrido oficial, novedoso por el cambio de sentido, la Hermandad discurrió con total normalidad resultando especialmente brillante su discurrir por la calle Novena.

“Tristezas en tus ojos, Padre” y “El Dulce Nombre” fueron las marchas elegidas por la cofradía para el transitar del Señor de las Penas y de la Virgen de la Caridad por el centro de la carrera oficial. Tras realizar estación de penitencia en la Santa Iglesia Catedral, la Hermandad emprendió su camino por la calle Compañía, siendo uno de los rincones donde mejor público había y donde el cortejo lució especialmente. El Señor de las Penas seguía con su andar sereno y constante camino de su templo y la Virgen de la Caridad aún tenía ese brillo en sus ojos que parecían resplandecer en los varales para que ninguno de ellos rozara con las cornisas y balcones del callejón del Prim.

Camino a casa, la cofradía ya disfrutaba de los últimos coletazos de un Domingo de Ramos que se acababa a la vez que las velas de los guardabrisas del paso del Señor y de la candelería del paso de la Santísima Virgen.

El Hospitalito la esperaba, este año más tarde que nunca, pero la Virgen de los velones, la del escapulario marrón que recibe cada día la visita de miles de gaditanos, también bendijo a esta cofradía a su paso por la capilla de Nuestra Señora del Carmen. Es un momento íntimo, no hay signo externo que lo muestre, pero no cabe duda que ese milagroso lienzo que en una hornacina reposa, conoce y sabe de los problemas de los que con cirio en mano, también llevan la luz al Señor y a la Virgen. También conoce los proyectos de los que por ese tramo de puerta pasan con una insignia o un bastón, así como las promesas de los que llevan varas o acompañan sin calzado la soledad de Jesús de las Penas.

De vuelta a casa, otro año más, la hermandad volvía a su templo con la alegría de haber conseguido el milagro un año más. Si Jesús de las Penas y su madre de la Caridad así lo quieren, ahora sólo queda dar gracias y esperar a que un nuevo Domingo de Ramos, precisamente cuando pasen algo más de trescientos sesenta y cinco días, llegue al calendario para que se abran nuevamente las puertas del cielo y nos regale la llegada de una nueva Semana Santa.

Texto: Francisco Rubén Estévez García.

Fotografías: Jesús Savona León.